jueves, 31 de julio de 2014

Capítulo 2 - Puyi, la China Imperial

Ciertos momentos y lugares sorprenden e impresionan en la vida, probablemente más cuando no esperas tanto de ellos, y esto lo que me pasó al traspasar "La gran puerta de la divina armonía" de "La ciudad prohibida" en Pekín.
Iluso de mi al pensar que aquella gran obra de la antigua China era sólo una sombra de lo que fue, traspasar sus grandes murallas te hace entrar en un mundo asombroso, y en los primeros pasos que dí sobre esta maravilla sólo me venía a la memoria las brillantes imágenes de la obra maestra de Berolucci, "El último Emperador". 
Y es que a pesar de la increíble cantidad de turistas que pueblan las plazas de la ciudad, su grandiosidad te hace sentir mínimo y puedes recorrer las calles de la ciudad con la imagen del pequeño Puyi en cada rincón, como si cada piedra te trasladase a aquella época en la que un sistema de gobierno ya caduco, y anclado en una edad pasada, entonaba sus últimas notas y la revolución republicana de Chiang Kai-shek anulaba por completo la imagen del emperador, figura anulada ya años antes por un cúmulo de regidores anclados en el poder y el feudalismo ciegos ante la situación real de la China rural.
Es inevitable imaginar como aquel último emperador pasaba sus pocos años al frente del imperio corriendo por esta gran jaula de oro, donde tenía acceso a cualquier caprichoso y avance, mientras en el resto del país los campesinos luchaban por salir adelante ahogados por los impuestos de los regidores del imperio del pequeño emperador.
 
Siglos de dinastías dando sus últimos pasos por una de las maravillas del arte oriental, siglos de poder y esplendor que se desvanecían en la figura de un niño que nada podía hacer por cambiar aquella China en decadencia, un niño que con el tiempo viviría no sólo el ocaso de una de las estirpes más fascinantes de la humanidad si no también el fin de la corta república China -que daría paso a la invasión Japonesa- y a su vez a la revolución Comunista con el consecuente ascenso al poder del campesino Mao Zedong.
 
La fascinación que ha podido despertar semejante construcción no sólo viene dada por la imagen que conocía en mayor medida por la gran película, si no por todo lo que en ella se puede encontrar, centros de estudio de las artes chinas, de su escritura, de su música, de su arte y pintura -viva y colorida como ninguna-, de sus guerras y batallas, su historia y religiones -con centros de culto al Confucionismo o el Budismo-, una oda a la cultura que alcanza unos niveles inimaginables para la misma época en cualquier país de Europa, allá cuando por el  año 1400 esta obra maestra ponía su primera piedra sobre la llanura de Pekín. 
Entre las paredes de la gran maravilla de planta rectangular no hay rincón que no me llamase la atención, su teatro, su sala del trono y la del tesoro-expoliado por completo por la tropa de eunucos imperiales-, sus jardines, donde los emperadores eran aleccionados desde pequeños en todas las artes así como historia, cultura y geo-política internacional, como hizo Puyi bajo las enseñanzas del colono Sir Reginald Fleming Johnston, diplomático inglés que enseñó a Puyi los secretos del mundo más allá de las murallas de la ciudad prohibida y más allá de las murallas de la mismísima China.
Pero entre todos estos símbolos inertes de un pasado glorioso, también pude encontrar la imagen de aquellos que ven al ancestral imperio chino como el origen de sus raíces,  como algo que ni las revoluciones, ni el comunismo o el capitalismo deberían borrar de la identidad china, algo tan aferrado a sus tradiciones que si desapareciese de sus vidas el país perdería uno de sus mayores símbolos. Quizás por eso, y aunque ya extinguida la figura del imperio, la sociedad china de hoy en día se aferra en mirar hacia delante sin olvidar nunca sus raices.
Pero a pesar de los esfuerzos de una parte del país por preservar sus símbolos ancestrales, esta claro que el imperio chino murió con la abdicación de Puyi y se puede ver en los rincones de la "Ciudad perdida" como la dinastía Ching  fue y será la última de las grandes dinastías, que daría su último suspiro con el ascenso al poder de Mao Zedong, quien ahora colosal preside la entrada a una "Ciudad prohibida"que nunca le perteneció, y que ahora empieza a ver como su imagen también empieza a tener sus días contados.
A la espera de si algún día volverá a verse al palacio imperial en su máximo esplendor, me pregunto si quedará algún pariente imperial perdido en la gran China y que pudiese ocupar el lugar que Puyi nunca pudo ocupar, y me siento a pensar si en la misma puerta en la que me hallo, quizás Sir Reginald Fleming se paró a enseñarle los secretos del mundo exterior a Puyi.
Y antes de abandonar la ciudad me paré un momento a divagar sobre que secretos Puyi, le enseñaría también a Sir Reginald sobre lo que el mundo no sabía que sucedía dentro de las murallas, y que seguramente sigan ahí a día de hoy, los tormentos de un último emperador tan maltratado y utilizado por todos para desgracia de la propia China.
En memoria de Puyi - El último emperador.

martes, 29 de julio de 2014

3ª Parte - China // Capítulo 1 - Shanghai

Durante los pasados 12 días, realicé un viaje a lo largo del Este de China, haciendo escala en tres de las ciudades más importantes del oriente chino, Shanghai, Shuzhou y Beijing, compatibilizando el viaje con trabajo y quedándome con la miel en los labios de un viaje más profundo por la China ancestral. A continuación un diario de viaje de la huella que China ha dejado en mi.
Shanghai. . .
                   . . . Shanghai se levanta inmensa como nunca antes nadie hubiese pensado, haciendo colapsar a dos mundos en un mismo punto: la antigua China -que Europa empezó a conocer en la época victoriana, allá cuando oriente era el objetivo de los colonos europeos en la búsqueda de nuevas rutas comerciales y que llegó a su fin con la invasión de China por parte de Japón en 1940- y la nueva China -la que ha visto la luz tras el aperturista movimiento por parte del gobierno chino, y que hace que un nuevo mundo se levante día día a la orilla del río Yang-Tse a un ritmo difícil de seguir. 

De aquellos años dorados no queda mucho ya, donde los franceses establecieron su primera colonia en la ciudad, en la conocida como "concesión francesa" a día de hoy se pueden observar maravillosas casas coloniales donde se encuentras los consulados más antiguas de la ciudad, y del viejo puerto donde comenzaron las guerras del opio, ha nacido una nueva ciudad, desplazando el puerto a las afueras, convirtiéndose en el puerto de más tráfico a nivel mundial.
En aquellos maravillosos edificios de piedra donde se encontraban, aduanas, compañías portuarias y de exportación de especies o bancos, ahora se ven grandes compañías, hoteles de lujo y bares selectos desde cuyas terrazas seguro que Orson Welles y su "Dama de Shanghai"no se sentarían a ver como el paisaje de aquella ciudad ha sido invadido por grandes moles fluorescentes de rascacielos, convirtiendo Shanghai en un mundo completamente nuevo, pero donde por extraño que parezca ambos mundos combinan en perfecta armonía.
Digna de visitar, Shanghai es un buen punto de partida  para crear una nueva idea de China desde cero. 
Todo en una ciudad, ordenada a su manera, rápida en cuando a su visión de futuro, pero inmóvil en sus tradiciones y rincones que no se dejan amedrentar por el mañana, manteniendo también un respeto admirable por sus raíces  milenarias.
 
 

miércoles, 2 de julio de 2014

Capítulo 41 - Valonia a piñón fijo

Nadie dijo que fuera fácil. . .
Ya tenía la bici:
-  Uy que bonica que ha quedado. . .
Y ahora, qué? pues habrá que probarla, claro está, nadie pasa horas, días, semanas y meses poniendo algo así a punto para dar un paseo por el barrio, así que fin de semana largo, bici al hombro, mochila rápida, tren y. . . al sur!! Ese era el plan.
Siempre me ha gustado ese halo del ciclismo clásico, el de las horas y horas encima de la bici, sufriendo, con todas las de fracasar y en busca de la gloria, de ciclistas que nunca ganarán una grande pero serán los reyes del pave en las clásicas de las dos ruedas, y eso es lo que quería probar, el ciclismo de sangre, sudor y lágrimas, y la gloria.

La idea?    Groningen-Maastrich en tren y cruzar la frontera para un pequeño Tour por Bélgica: Lieja, Durbuy, Namur, Dinant, Charleroi y Thuin.
El primer día en tren fue algo largo, pero llegar y dormir también ayudó, fundamental hacer una mochila pequeña, fácil de dejar en una cabina de la estación (aún siendo pequeña, a día de hoy quitaría la mitad de las cosas, pero bueno) La llegada a Lieja me sorprendió por varias cosas, la primera su increíble estación de tren, la segunda. . . que seguramente la estación de tren haya sido un regalo del gobierno a semejante caos de ciudad, sin sentido tras sin sentido, barrios obreros sin ningún futuro, ni plazas, ni ambiente, ni nada de nada, una ciudad industrial entre los viene y va de los camiones provenientes de las canteras junto al río Mosa y las factorías de la zona. Nada que remarcar a excepción de la colina de Cointe (famosa por su observatorio y la maravillosa cúpula de su basílica) y el puente de Fragnée. Pero bueno, Lieja no era el destino si no el punto de partida, y el punto de llegada no era el objetivo, si no el viaje en si.
Salir de Lieja fue un auténtico infierno, calculé bien con una hora para salir de la ciudad, entre dar una vuelta, echar un ojo aquí y allá, encontrar la salida y. . . carretera a Durbuy, pero el pave típico de la zona y el laberinto de direcciones casi me vuelve loco, aún así lo conseguí y me puse en ruta, comenzaba el reto del primer día, llevar al límite esa piñón fijo, que me había construido, en el infierno de las clásicas (La zona de Bastogne y Valonia, cabalgar por su arisco pavimento y discurrir a las orillas del río donde un día la Easy Company osó adentrarse camino de las Ardenas en busca de la gloria por aquel año de 1944), un lujo de recorrido para los sentidos, un sufrimiento para las piernas, a piñón fijo más de cien Km en esta primera etapa.
El camino fue arduo y duro, muy duro, lleno de repechos y con unos 33 grados que no me abandonaron durante toda la jornada, haciendo que la hidratación llegase a convertirse en un problema en algunos puntos, pero los paisajes, el día, el esfuerzo del camino y el éxito final bien valió la pena, y perdida entre los acantilados llegué a Durbuy, pena de Villa medieval llena de turistas de sábado, pero gloria de medio día para quien llega exhausto a su mitad de camino, pues aún quedaba la vuelta, llena de peculiares postales del interior de Belgíca. No fue realmente bienvenido el regreso, pero había que volver y las fuerzas repuestas con un puré de espárragos de la zona y una buena trucha hicieron maravillas para el regreso, estación de tren de Lieja y tren a Namur, para hacer noche y continuar el viaje.
El segundo día y de buena mañana, subí a la ciudadela de Namur desde la que se puede observar este bonito pueblo a orillas del Mosa, 3Km de subida para calentar, una buena vista y carretera a Dinant a orillas del famoso río Belga. Namur, más que recomendable, tranquila a primera hora de domingo, pero con movimiento afable de negocios, bares montando terrazas, campanas de misa y gente a la puerta de las iglesias con estampas dignas de postguerra entre las callejuelas sombreadas de su casco antiguo tan característico.
La subida a la ciudadela en bicicleta tiene su encanto, serpenteando la colina y ganando horizonte al paisaje hasta divisar por completo la región, la inclinación de la carretera y sus adoquines ya no hacen tanta gracia, pero en ellos está también ese encanto del ciclismo Belga, La Flecha Valona, La Lieege-Bastogne-Liege. . . una gozada de sufrimiento, si haces lo que te gusta.

El recorrido más amable que el día anterior, etapa llana sólo empañada por la tormenta de mañana que dio paso a un día de enorme calor, pero 65Km aprox. sin mayor problema, disfrutando del paisaje y rodar fluido, hasta llegar a Dinant, bonito pueblo enclavado al pie de su fortaleza sobre el acantilado, aunque lo mejor de esta etapa fue el camino a la orilla del río, brisa justa en un día de calor que hizo el día más amable.
El tercer día tuvo que ser postpuesto, amenazas de gran tormenta en Charleroi me hicieron ser cauto, pues la tormenta mañanera del segundo día me hizo ver lo duro que puede ser un día duro en la carretera si no se tiene la experiencia suficiente, no siendo aún un rodador experimentado, mejor una retirada a tiempo dejando intactas las ganas de volver a estos parajes tan ariscos, y con la satisfacción de haber superado dos días realmente duros a lomos de una piñón fijo.
Solo contra el tiempo y la distancia, donde mis piernas son mis marchas, en cada risco, en cada pedalada, en cada respiro y sin abandono.