domingo, 5 de mayo de 2013

Capítulo 22 - Vivir en el campo

Vivir en el campo tiene sus contras, cierto es:
Estar lejos de la ciudad, el bullicio, de los planes, de los bares, cines, tiendas, museos, fiestas, eventos, estaciones de tren, autobuses o aeropuertos que te conecten al mundo. Pero. . .

     . . .lo que ocurre cuando te mentalizas que durante un tiempo te tocará vivir en esta situación, es que en el fondo no esta tan mal, no esta nada mal.

En realidad no vivo tan lejos de la civilización, 30 minutos en bici de mi trabajo, y 40 minutos en bici de la estación de tren que me une al resto del país cuando lo necesito, es cierto a veces los días son tan ventosos que se tarda el doble, o hace tanto frío que lo último que te apetece es subirte a una bici a perder los dedos por congelación, pero bueno, que cuando lo que quiero es mundo, sólo hay que salir de esta burbuja donde la paz es absoluta, y meterme de pleno en lo que se ha denominado civilización, cuando probablemente una civilización cuerda aspire más a este modo de vida que al que los tiempos nos han hecho creer.

No hay nada mejor que levantarse un sábado tarde, sin el más mínimo ruido, sólo el del viento al abrir la ventana tras un largo rato retozando en la cama, y pegarte un buen desayuno, estilo hotel victoriano con el sol de frente y las noticias del mundo, pensar que vas a hacer, al sol, y tranquilamente empezar el día.
Salir a correr hasta el lago, siempre es un paseo perfecto (con el viento a favor) y un suplicio con él de frente, pero el camino se hace ameno: con las ovejas del vecino, las vacas de la siguiente granja, la escuela de hípica; aunque lo mejor son los percherones de la última granja antes de volver de nuevo a casa tras pasar por el lago y recibir el viento de cara que siempre ataca en esa parte del recorrido.
Volver a casa y comer tranquilo, sin prisas, hablar con buenos amigos por internet, y encontrarte por la tarde, que mientras das una vuelta, un Rally de coches clásicos pasa por la zona, ante los famosos molinos de la región hermana de Friesland, con la que Galicia comparte sus famosas vacas frisonas, al final no esta tan mal darse un fin de semana tranquilo de vez en cuando. 
Por la noche se puede acercar al pub del pueblo, y tomar algo, mientras a tu espalda juegan al brillante invento de Alexandro de Finisterre, el futbolín.
Y dejar al fin el domingo para dar una vuelta en bici por el lago y acercarse a la reserva de pájaros en la que con suerte y un poco de paciencia verás como anida estos días, algún ave migratoria en una parada de su vuelo estival: patos, gansos, ocas, charránes árticos, cernícalos, agachadizas y hasta con suerte algún merlín, halcón o azor.
Una vida tranquila, que cada ciertos fines de semana se agradece como un lujo, lejos de la civilización, CERCA de la civilización.

sábado, 4 de mayo de 2013

Capítulo 21 - A Londres por la costa

Volver a Inglaterra siempre es bien recibido, a pesar de que esta vez era para hacer una revisión express de la planta en la que estuve casi  seis meses trabajando, hubo un poco tiempo para todo.

En Poundbury, sin novedad, todo en orden, mucho trabajo, un poco de chocolate, viejos amigos entre cañas y un fin de semana de aquí para allí.

La vuelta desde Londres me permitió poder hacer una visita a mi buena amiga Bea, pasando por Portsmouth, donde también aproveché para volver a ver a Elaine, que durante un verano, hace 5 años, me enseñó inglés.

El viaje un poco caos, a pesar de que por la costa siempre pasan cosas buenas, el autobús Dorchester-Portsmouth, pasando por todos los pueblos costeros habidos y por haber, no es lo más emocionante.
Bournemouth y Poole, sin comentarios. Quizás en verano sean centro turístico por excelencia con sus famosas marinas, pero durante estas fechas. . . son pueblos fantasmas en los que los barrios obreros proliferan en cada esquina, con una clase trabajadora en busca del mismo.
Southampton decepcionante de nuevo: Una hora esperando por el cambio de autobús, por culpa del atasco  creado por el fútbol, me hizo ver de nuevo que quizás hace 100años, cuando el Titanic partió de su puerto, fue lo mejor que había sucedido en esta ciudad, a parte de Matthew  Le Tissier (jugador mítico del Southampton FC), porque por el resto. . . un puerto enorme que mueve la economía de la ciudad y punto de partida de grandes cruceros, intentando seguir mostrando el glamour de principio del siglo pasado, pero sin conseguirlo. Lo q me hace recordar este cartel, famoso en la ciudad rival, Portmsouth.
Pero bueno, a parte de esto, llegar a Portsmouth siempre se agradece, volver a pasar por su playa ventosa, desde la que se pueden ver los acantilados blancos de la Isla de Wight, su puerto lleno de barcos de combate y barcos históricos, el mítico Fratton Park (estadio de fútbol 100% inglés, uno de los más antiguos del país, así como el club q ahora lucha por no desaparecer) y su impresionante torre del vigilancia costera o la multitud de auténticos pubs ingleses con estilo, y como no, volver a ver ese HMS Victory, en el el cayó herido de muerte (por un disparo), el adorado almirante inglés Horatio Nelson, en la batalla de Trafalgar.
Un buen sitio donde volver, no el mejor lugar del mundo,  pero allí conocí a grandes amigas, que aún conservo desde hace años, a pesar de la gran distancia con Turquía y la que la vida me ha hecho tener con Coruña, un beso enorme a Asli y a Sara, por eso esta ciudad siempre tendrá algo especial,como lo tenía para los tripulantes de la fragata Surprise, cuando de boca  del Capitán Aubrey escucharon aquello de: 
- Volvemos a casa, rumbo a Portsmouth!!
Pero aún hubo tiempo para un último momento curioso. Nada más pisar tierra Holandesas en  una cafetería del aeropuerto de Schiphol Amsterdam, pude quedar durante media hora con dos buenos amigos, Manu y Migui, que regresaban a sus trabajos en Copenhague y Tübingen respectivamente, tras un buen fin de semana entre canales.