Hoy no es domingo en barrio San Telmo, por eso no hay turistas en la Calle Defensa. Nos encontramos a las cuatro y media, sin mercadillo entre los faroles de la Plaza Dorrego, mientras en los anticuarios descargan sus piezas de arte europeo, colapsando la calle y esperando con fortuna poder vender su pieza maestra.
En el barrio se ve la rutina real de todos los días, una vecina se toma un matesito en las escaleras de la puerta de su caserón medio en ruinas y contempla como en la Plaza Lezama los niños descalzos dan patadas a un balón sobre el césped, queriendo emular a sus ídolos de Boca, reciente campeón del torneo apertura.
Las cúpulas azules de la centenaria iglesia Ortodoxa Rusa despuntan sobre los árboles frente al Museo de Historia Argentino y a mitad de camino encontramos los patios de la vieja cárcel.
Mientras en el Viejo Almacén limpian las mesas para el espectáculo tanguero nocturno, cuando cientos de anglosajones llenen sus mesas para disfrutar del show.
Pero el auténtico sabor se vive en la calle, tranquila y pausada, al ritmo de un Gardel que entona sus letras para una pareja, que se gana sus perras bailando sobre el adoquinado de Dorrego, a los ojos de la gente, que a la sombra de un toldo disfruta su FernetCola, en las sillas de madera, mientras la brisa hace ondear esas guirnaldas que se mueven al compás de los pasos del tango. . .
Pero el auténtico sabor se vive en la calle, tranquila y pausada, al ritmo de un Gardel que entona sus letras para una pareja, que se gana sus perras bailando sobre el adoquinado de Dorrego, a los ojos de la gente, que a la sombra de un toldo disfruta su FernetCola, en las sillas de madera, mientras la brisa hace ondear esas guirnaldas que se mueven al compás de los pasos del tango. . .
Y. . . esto es San Telmo, a sólo dos cuadras de Plaza de Mayo, donde los hombres de negocios se pelean por el valor del peso en los bancos frente a la Casa Rosada, sí, esos banqueros que tanto criticó Quino a través de Mafalda, que sentada en un banco de la Calle Chile mira feliz como Buenos Aires conserva sus raíces en esta parte de la ciudad donde parece se detuvo el tiempo en los años 50 en una Tarde de Tango en San Telmo.
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