lunes, 29 de octubre de 2012

Capítulo 4 - Weymouth & Portland long day trip

La semana pasada conseguí mi bicicleta. Así que como este iba a ser mi primer fin de semana completamente libre me tomé el sábado como día de aventura y decidí acercarme a Weymouth, y si tenía tiempo seguir hasta la isla de Portland y llegar al Púlpito (una curiosa roca que marca el punto más al sur de la isla)
Empiece por una tranquila ruta ciclista, de unos 12km, hasta Weymouth (pueblo elegido para albergar las pruebas de vela durante las olimpiadas de Londres 2012) Weymouth es el típico pueblo marinero donde los antiguos almacenes se han convertido en cervecerías, restaurantes y hoteles con encanto, pero su pequeño puerto sigue conservando ese aire marinero al resguardo de la bahía, donde se juntan todo tipo de barcos de pesca con el colorido de las pequeñas casas marineras. Desde su larga playa se pueden contemplar los acantilados de roca blanca característicos de la costa jurásica.
El recorrido se hizo tan breve que decidí que tenía tiempo de sobra para ir hasta la isla de Portland, visitar el Púlpito y regresar para comer en Weymouth a la vuelta, que equivocado estaba, pues Portland es mucho más que una roca al lado de un faro.

En el camino me encontré: Los restos de un castillo (mandado construir por Enriquie VIII, como no, para defenderse de franceses y españoles), recorrí el dique que une Weymouth a la isla, y que transita pegado a las dunas de una playa a mar abierto de longitud extraordinaria, en ella surfers, kiters y demás aventureros abarrotan su arena. Pero sin duda la mejor vista de todo esto es desde lo alto de la isla, desde donde me incorporé a una ruta que bordea todo el perímetro al borde de los acantilados, un lujo en un día frío pero despejado (seguramente el único día despejado del año en esta costa gris)
A lo largo del perímetro me fui encontrando con viejos bunkers de la guerra y restos de las baterías que en los años 40 defendían al Reino Unido de una posible invasión alemana, Portland se iba convirtiendo en una isla por descubrir a medida que avanzaba, algún fotógrafo en busca de la combinación de azules perfecta o un ornitólogo a la caza de ese nido en los verticales acantilados que sólo escalan los más intrépidos, mientras a otros nos entra la envidia.
Al llegar al faro de Bill el servicio de guardacostas, provisto de enormes prismáticos, se afana en encontrar, en el inmenso mar, un yate que acaba de naufragar, en su travesía por la costa de camino a la isla de Wight, un enorme barco de la guarda costera se ve partir en su busca (a día de hoy siguen sin encontrar al naufrago, el barco ha aparecido con el motor aún en marcha encallado en una playa) Otra víctima del inmenso azul que contemplo desde lo alto del Púlpito antes de mi regreso por la cara oeste de la isla.
En mi regreso me encontraré con la vieja fortaleza y la cantera de roca caliza donde surgió la leyenda de los conejos, aquella que cuenta que cada vez que una roca caía en la cantera sin causa alguna causando un accidente siempre aparecía un conejo, que construía su madriguera detrás de ella, y nadie regresaba a la cantera ese día, a día de hoy mejor no mencionar la palabra conejo en la isla si no quieres tener un altercado, tal es la superstición por dicho animal que los marineros no salen a pescar si oyen dicho nombre y hasta la película de Wallace y Gromit tuvo que cambiar su nombre en los carteles "Curse of the Were-Rabbit"

Y tras estas curiosidades y 40km en bici decidí que lo mejor era pararse a comer en Weymouth (a eso de las 16.30, ya que Portland había resultado ser algo más que una roca curiosa, una isla llena de sorpresas) Y como se hacia de noche, el frío empezaba a ocupar su lugar y había sido un día muy largo aunque también muy bueno me regalé un regreso a casa en tren y un descanso merecido.

Weymouth & Portland Nota: 8/10 Impresionante visita.

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