Con motivo de la visita de mi gran amigo Jorge, decidimos atravesar América del Sur de Este a Oeste por la ruta que une Buenos Aires con Santiago de Chile y que llega hasta el Océano Pacifico, y todo en tres etapas, la 1ª transcurre entre Buenos Aires y Mendoza:
14horas de autobús, eso si, en sillón cama y durmiendo del tirón, una mala película y una noche larga atravesando la Pampa hasta una de las 8 capitales del vino, Mendoza. Tras salir a las 19h de la tarde llegamos a Mendoza a las 9 de la mañana donde tras reponer fuerzas y dar un pequeño paseo por el centro decidimos hacer una ruta vinícola, como si fueramos James May y Oz Clarke en Travel Chanel.
Tras 20 minutos de trayecto y una breve explicación de porque Mendoza es la capital del Malbec (mala boca, bautizado así por su difícil adaptación al campo francés) llegamos a una gran bodega "Vistandes", moderna, y de dudoso gusto arquitectónico por parte del bodeguero. En ella degustamos un par de caldos de la zona producidos de forma totalmente mecánica, allí se buscaba el turismo y el fácil vender y rápido despachar, y en la que lo único que podía hacerla digna de mención era su gran vista de la cordillera andina. Quizás el dueño tenga aún que aprender más del amor al campo, al suelo y a la vid, y no sólo el amor al vino en una botella, el uso de tapones de silicona o plástico, la industrialización y la exportación. (Y esto lo digo con el conocimiento de dos vendimias a mis espaldas)
Tras esta visita nos dirigimos a Vinos Don Arturo en la zona de Maipu, una pequeñita bodega familiar que tras ser montada por una familia adinerada francesa por la década de 1920 al más puro estilo de las bodegas de la rivera del Loira fue comprada por la famila de Don Arturo, la cual conservando las antiguas barricas y métodos de vendimia y separación tradicionales para la creación de los vinos, mostos y orujos ha conseguido mantener el encanto de los precursores del Malbec en Mendoza.
Almacenes de madera albergan en su interior antiguos barriles de roble francés, hoy en día ya en desuso, pues ya realizaron su labor y no pueden ser utilizados de nuevo, fueron traídos por piezas desde el viejo continente y montados en el interior de la bodega; forman parte ahora de un pequeño museo en el que se puede comprobar el gusto por todo lo que rodea al vino, de una familia que vive de ello.
En uno de los pequeños comedores de la casa pudimos disfrutar de los vinos (de los cuales si que no tengo ni idea) y del buen gusto por todo lo que los rodea, con una gran explicación por parte de la dueña de la casa, Doña Gloria; sobre los matices de cada uno y su producción hasta el momento de presentarse en la botella. Malbec, Cavernet Sauvignon, Syrah, Tempranillo, en el jardín bajo la sombra de magnolios y con el toque fresco de las hojas caídas del alcanfor al pisarlas disfrutamos de un gran momento imaginandonos por un momento ser los dueños viticultores de esas tierras, una tarde genial.
(Aclaración: Nuestras caras no son de borrachos, son de increíble cansancio tras 14horas de autobús y reenganche con la visita bodeguera)
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