Ciertos momentos y lugares sorprenden e impresionan en la vida, probablemente más cuando no esperas tanto de ellos, y esto lo que me pasó al traspasar "La gran puerta de la divina armonía" de "La ciudad prohibida" en Pekín.
Iluso de mi al pensar que aquella gran obra de la antigua China era sólo una sombra de lo que fue, traspasar sus grandes murallas te hace entrar en un mundo asombroso, y en los primeros pasos que dí sobre esta maravilla sólo me venía a la memoria las brillantes imágenes de la obra maestra de Berolucci, "El último Emperador".
Y es que a pesar de la increíble cantidad de turistas que pueblan las plazas de la ciudad, su grandiosidad te hace sentir mínimo y puedes recorrer las calles de la ciudad con la imagen del pequeño Puyi en cada rincón, como si cada piedra te trasladase a aquella época en la que un sistema de gobierno ya caduco, y anclado en una edad pasada, entonaba sus últimas notas y la revolución republicana de Chiang Kai-shek anulaba por completo la imagen del emperador, figura anulada ya años antes por un cúmulo de regidores anclados en el poder y el feudalismo ciegos ante la situación real de la China rural.
Es inevitable imaginar como aquel último emperador pasaba sus pocos años al frente del imperio corriendo por esta gran jaula de oro, donde tenía acceso a cualquier caprichoso y avance, mientras en el resto del país los campesinos luchaban por salir adelante ahogados por los impuestos de los regidores del imperio del pequeño emperador.
Siglos de dinastías dando sus últimos pasos por una de las maravillas del arte oriental, siglos de poder y esplendor que se desvanecían en la figura de un niño que nada podía hacer por cambiar aquella China en decadencia, un niño que con el tiempo viviría no sólo el ocaso de una de las estirpes más fascinantes de la humanidad si no también el fin de la corta república China -que daría paso a la invasión Japonesa- y a su vez a la revolución Comunista con el consecuente ascenso al poder del campesino Mao Zedong.
La fascinación que ha podido despertar semejante construcción no sólo viene dada por la imagen que conocía en mayor medida por la gran película, si no por todo lo que en ella se puede encontrar, centros de estudio de las artes chinas, de su escritura, de su música, de su arte y pintura -viva y colorida como ninguna-, de sus guerras y batallas, su historia y religiones -con centros de culto al Confucionismo o el Budismo-, una oda a la cultura que alcanza unos niveles inimaginables para la misma época en cualquier país de Europa, allá cuando por el año 1400 esta obra maestra ponía su primera piedra sobre la llanura de Pekín.
Entre las paredes de la gran maravilla de planta rectangular no hay rincón que no me llamase la atención, su teatro, su sala del trono y la del tesoro-expoliado por completo por la tropa de eunucos imperiales-, sus jardines, donde los emperadores eran aleccionados desde pequeños en todas las artes así como historia, cultura y geo-política internacional, como hizo Puyi bajo las enseñanzas del colono Sir Reginald Fleming Johnston, diplomático inglés que enseñó a Puyi los secretos del mundo más allá de las murallas de la ciudad prohibida y más allá de las murallas de la mismísima China.
Pero entre todos estos símbolos inertes de un pasado glorioso, también pude encontrar la imagen de aquellos que ven al ancestral imperio chino como el origen de sus raíces, como algo que ni las revoluciones, ni el comunismo o el capitalismo deberían borrar de la identidad china, algo tan aferrado a sus tradiciones que si desapareciese de sus vidas el país perdería uno de sus mayores símbolos. Quizás por eso, y aunque ya extinguida la figura del imperio, la sociedad china de hoy en día se aferra en mirar hacia delante sin olvidar nunca sus raices.
Pero a pesar de los esfuerzos de una parte del país por preservar sus símbolos ancestrales, esta claro que el imperio chino murió con la abdicación de Puyi y se puede ver en los rincones de la "Ciudad perdida" como la dinastía Ching fue y será la última de las grandes dinastías, que daría su último suspiro con el ascenso al poder de Mao Zedong, quien ahora colosal preside la entrada a una "Ciudad prohibida"que nunca le perteneció, y que ahora empieza a ver como su imagen también empieza a tener sus días contados.
A la espera de si algún día volverá a verse al palacio imperial en su máximo esplendor, me pregunto si quedará algún pariente imperial perdido en la gran China y que pudiese ocupar el lugar que Puyi nunca pudo ocupar, y me siento a pensar si en la misma puerta en la que me hallo, quizás Sir Reginald Fleming se paró a enseñarle los secretos del mundo exterior a Puyi.
Y antes de abandonar la ciudad me paré un momento a divagar sobre que secretos Puyi, le enseñaría también a Sir Reginald sobre lo que el mundo no sabía que sucedía dentro de las murallas, y que seguramente sigan ahí a día de hoy, los tormentos de un último emperador tan maltratado y utilizado por todos para desgracia de la propia China.
En memoria de Puyi - El último emperador.
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